#INICIATIVA #SERIEDAD #MODERNIDAD

Autobiografía

Mario nos cuenta

Pocos creían en mi, sólo yo sabía hacia donde iba y lo que quería, no era difícil de apreciarlo, pero todos estaban en lo suyo… pretender ser los mejores sin serlos.

Habían burlas, expresiones denostativas y muy pocas de aliento o estímulo, era un grupo difícil, arrastrando problemas de celos y malquerencias. Si algo bueno tenían, era el gran espíritu de competencia y la gran rivalidad creada entre dos ciudades, Santiago y Santo Domingo.

Yo sostengo que llevaba el deporte en la sangre. Estaba predestinado a triunfar y sin saberlo, llevaba los genes de un gran deportista, mi abuelo materno, el inmortal del deporte, Fernando Arturo Soto “Ágiles piernas”, del inmortal del deporte en fútbol, tío Josecito Domínguez Soto y Johnny Dugan, este último lanzador de los Tigres del Licey. Solo faltaba que me interesara por el deporte, cosa no muy difícil en el ensanche Luperón donde residía, además de las primeras influencias deportivas del colegio La Salle, donde estudiaba en mis inicios, y los esfuerzos posteriores del profesor Alex Coradín en el San Juan Bautista De La Salle.

Mi padre era un gran deportista aunque no atleta, uno de los mejores cronistas deportivos de toda el área, gran conocedor de los deportes y un propulsor incansable, nos llebaba al estadio Quisqueya mientras él hacia su trabajo desde el ‘Séptimo Cielo”. Aquí continúa nuestro contacto con el deporte. ¿Qué te parece Cuchito?

Aunque Fernando Soto Peguero (Pío Pío), mi querido y único tío materno, deportista e hijo del inmortal del deporte Fernando Arturo Soto “Ágiles piernas”, narra con profundo orgullo que “su sobrino, Mario Virgilio Álvarez Soto ya había dado sus primeros pasos en el ensanche Luperón a finales de 1971 (en el patio de Eduardito)”, donde armaron una “liga” en una mesa casera de madera.

Yo no recuerdo haber jugado ahi, es más, recuerdo que no nos dejaban jugar a los “mocosos”. Lo que si recuerdo era que iba a verlos jugar o en realidad, a ver las peceras de blocks y cemento llenas de peces tropicales, propiedad de Eduardito.

De hecho, a Jaime Álvarez Soto, mi hermano mayor, le compraron un cartón piedra, que pusimos en el patio de doña Isabel Peguero, mi abuela materna, ahi si jugábamos esporádicamente, sin ninguna instrucción y con las reglas que venían dentro de los juegos que ponían los Reyes Magos o más bien, la Vieja Belén, conteniendo una malla, dos raquetas y dos bolas. El cartón piedra pintado lo dejamos a la intemperie y obviamente ese fue su fin luego de varios aguaceros. Dice el tío Fernando que no era cartón piedra, que era playwood, bueno esta se la podría aceptar. Sin embargo, aclara Jaime que efectivamente compró un cartón piedra con sus primeros ahorros, $1.75 pesos y que lo compró en la ferretería La Unión. Añade que el cartón piedra en cuestión fue pintado por él mismo de amarillo y líneas rojas con sobrantes de pintura que encontró en la casa de abuela Isabel, el mismo fue colocado sobre gomas viejas que habían en el patio como base.

Jaime ofrece otros datos: Las primeras raquetas y malla fueron el premio del album de Los luchadores. La postalita #37 era la de Mil Máscaras (la viga), me costo 25 centavos. Donde Doña Teresa no que querian dar el premio a cambio del album lleno (una página de lado y lado) porque dizque la referida postalita era falsificada (calificada decir yo) y abuela armó un «reperpero» y me dieron el premio. Todo calculado y planeado, antes de que el Chapulín lo tuviera friamente calculado.

Dice además, que luego hubo otra más de playwood pintada de verde con líneas blancas, comprada en el mismo sitio, esto yo no lo recuerdo.

Dato oficial sobre mis inicios

Lo primero que tenemos como dato oficial es que mis inicios como atleta en el ping pong datan del Campamento de Verano en la Montaña de doña Julieta Hued en julio de 1972, donde gané la categoría para principiantes. Mi primer torneo y salí campeón invicto.

Decimos que es el dato oficial de nuestros inicios, pues fue la primera vez que recibimos algún tipo de instrucción.

Me pregunto: ¿estaba hecho yo en realidad para ganar, llevaba el deporte en la sangre, fue la suerte, pura y simple ó tal vez la dedicación, el esfuerzo y trabajo contínuo?

En realidad, no lo sé, veamos la historia y saquen ustedes sus conclusiones.

Lo que si recuerdo con mucha claridad es que desde pequeño fui muy competitivo. Un ejemplo de esto es el hecho de que en el patio de la abuela Isabel, habían muchas gomas viejas, palos de escobas y uno que otro blocks de cemento (estos últimos como sobrantes de las peceras de tío Fernandito), estos rudimentarios utensilios eran utilizados por quien escribe y por Miguel Ángel García, hijo de Miguelito, esposo de mi querida tía Eunice en aquel entonces, para crear una pista con obstáculos y hacer carreras, el primo siempre me ganaba, pero yo volvía y lo desafiaba.

Retomando lo del Campamento de Verano en la Montaña, les diré que llegué de “carambola”, ya que a mi hermano menor Emil lo iban a operar de corazón abierto en Filadelfia y había que buscarnos “oficio” para distraernos en parte y que disfrutáramos las vacaciones, por eso nos depositaron a Jaime y a mi en Pinar Quemado, Jarabacoa.

Me gustaba mucho jugar ajedrez y “nadar” en el río, que en realidad era dejar que me llevara la corriente, pues no sabía nadar bien, de hecho, creo que todavía no sé. En ajedrez me ganaban fácilmente, entonces, me ponía a bolear en las dos mesas que había en una enramá, eso me fascinaba y me ocupaba el tiempo.

El profesor Fausto Corporán, a quien recuerdo con afecto, y con quién todavía sostengo una relación de amistad, nos inició en este y otros deportes, como el baloncesto, voleibol y beisbol. También el atletismo, con las carreras matinales que ganaba siempre una muchacha llamada Ingrid Soñé. ¡Fue un buen campamento, una experiencia inolvidable!

A Corporán se le ocurrió hacer competencias y me decidí por las de ping pong, recuerdo vagamente que gané siete partidos, los últimos tres muy fácilmente, pues jugábamos con raquetas corrientes de madera con gomas duras y Eudaldo Hernández (Cuqui) me prestó una de goma con esponja de ambos lados, marca Dunlop, pienso que con ella tuve una ligera ventaja sobre los demás, pues la bola iba más rápido, aunque tuve que adaptar los golpes pues el rebote era “salvaje” en comparación con las anteriores que había utilizado. Recuerdo que el juego final fue contra Fausto Armando Pimentel (Tunti), quien también utilizó una raqueta similar. Este último llegó luego a ser un buen jugador de tenis y en la actualidad es banquero.

De este campamento vinimos con una “fiebre” de ping pong de 40 grados, y procedimos a colocar la malla en la mesa de comer (de caoba) a nuestro regreso a la calle 29 oeste del ensanche Luperón para seguir la fiebre, que duró hasta que rayamos la mesa quitándola rápidamente para que no se dieran cuenta que jugábamos allí.

La segunda “mesa” donde jugamos fue hecha por mi hermano Jaime, luego de que nuestro padre Mario Alvarez Dugan (Cuchito) se mejorara de una afección en la cervical, este dormía con una plancha de “sheet board” bajo el colchón, la misma fue utilizada por nosotros, pintada y las rayas las hicimos con “esparadrapo o z-O”, cuando la bola chocaba ahi casi no brincaba. Otra “joya” de la confección de dicha mesa fueron las grapas onduladas para pegarle los pedazos que le habían cortado a la plancha de sheet board para adaptarla al tamaño de la cama, en estas uniones le pusimos relleno de madera y lijamos.

Debo señalar que las patas de dicho “invento” eran blocks de cemento uno arriba de otro, los cuales varias veces se desplomaron al chocar nosotros con la tabla.

Finalmente, los Santos Reyes Magos, nos pusieron una mesa, donde jugábamos a diario en la marquesina de la casa, parecía raquetbol, pues la mesa cabía justo y ganaba el que golpeara más diagonal, hacia la pared. Luego con el tiempo y sin permiso sacábamos la mesa a la acera, al aire libre, por un tiempo. No nos importaba la brisa, ni el reflejo del sol, ni las almendras que caían del patio de doña Eudosia, ni nada en particular. Luego esa fiebre fue desapareciendo, ya que era beisbolista, basketbolista y karateca. Aunque la misma vendría con más fuerza en el futuro cercano.

La Liga La Javilla, el baloncesto y el Karate Do

Todos los miércoles en la noche bajando la calle Yolanda Guzmán (nombre en honor a la militante del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y sindicalista, una de las primeras mujeres combatientes caídas en la guerra de 1965) un grupo de mozalbetes llegábamos hasta la avenida Federico Velázquez (en honor al periodista, profesor, ministro y vicepresidente de la República Dominicana) y de ahi, de callejón en callejón parábamos en la reunión semanal de la Liga La Javilla, dichas reuniones las encabezaba el propio José Carmona (Vivo) a quien distinguí y reconocí hasta el día de su muerte.

Yo era miembro del equipo Pirañitas de Vivo. Había que pagar 25 centavos en cada reunión y $2 pesos los sábados.

Largo era el viaje sabatino pedestre desde el ensanche Luperón hasta el “play” de la Marina en el sector del Almirante, recorría alrededor de 15 kilómetros entre la ida y vuelta. Me levantaba tempranito, sin reloj despertador ni algo similar, me uniformaba y salía a caminar sin titubeos hacia mi destino, el camino era largo, muy largo, pero igualmente entretenido hasta que tenía que cruzar el puente Duarte, todavía recuerdo la velocidad con la cual lo hacía debido al temor que me producían los contínuos movimientos del mismo. En mis inicios fui un jugador promedio, no aparaba bien en el cuadro, pero en los jardines, aunque con mis toreos a veces, las atrapaba todas debido a mi velocidad. Eso si, bateando le daba a todas y duro, bateaba hasta las bolas de piconazo, no era muy selectivo, pero me ponchaba poco, una contradicción tal vez.

Esto solo ocurría los fines de semana. Por lo tanto, tenía que haber otras actividades deportivas, en efecto, todas las tardes desde que llegábamos del colegio y comía, salía con mi bola de baloncesto “picándola” por toda la 29 oeste hasta llegar a la cancha de cemento ubicada frente al destacamento de la policía de la ubicado en la transitada calle Josefa Brea, (en honor a la esposa de uno de los Padres de la Patria, Ramón Mella) alli aprendíamos baloncesto con el profesor Aparicio (El Galápago). En ambos casos, hubo un abandono involuntario de nuestra parte, pero es que era difícil soportar situaciones que se dan en nuestro país, con lo que llamamos “La cultura de la trampa”, sin que nadie le ponga freno.

En el beisbol, jugando en el play de La Normal en la esquinita contraria al estadio principal, cerca de la maderera, había bateado de 3-3 con un doblete, en el cuarto turno entró el manager contrario y relevó al lanzador, uno que jugaba dos categorías más arriba que nosotros, recuerdo su bigote y patillas, también pelos en las axilas y “su grajo”, los niños no olíamos asi. Me tiró dos curvas que ni las vi, a la primera me le salí de la caja de bateo y sonrió, la segunda muy fuera de la zona la abaniqué y me caí en el plato, aún asi me paré, me sacudí y aqui viene mi gran error, lo desafié, solo recuerdo la cara de un “friofriero” diciendo que si necesitaban más hielo, “Chuchú Arepa”, como le apodaban, me tiró una recta directo a la boca de la cual no pude defenderme que me costó varios puntos por dentro del labio en la clínica Chestaro, abandoné este deporte aunque luego regresaría.

Baloncesto en el Pepe Lucas

En el baloncesto, el equipo de minibasket del Luperón había practicado junto con relativo éxito en la integración durante varios meses, Aparicio, el instructor nos consiguió los uniformes, estábamos felices, pues íbamos a participar en un torneo y uniformados, ¡qué felicidad!

Bueno, seguimos practicando hasta que llegó el momento, nos tocó visitar al equipo de Cristo Rey, caminando en fila, muy disciplinados nos fuimos hacia allá, el instructor delante. Llegamos a la cancha donde fuimos recibidos hostilmente por los moradores de esa barriada y por los propios jugadores contrarios, imagínense ustedes la presión que sentíamos, me acuedo vagamente que salimos adelante como 8 a 0, para su información no había ningún canasto mío, pero si varios rebotes y asistencias, también bolas perdidas, el juego transcurrió y entre “cajetazos y cajetazos de parte de ellos” que nunca les pitaban a los anfitriones, llegamos a la recta final del partido delante por cinco puntos, pero luego de un tiempo pedido por el dirigente contrario y las protestas del nuestro, incluyeron a jugadores con pelos en las axilas, de mayor tamaño y una categoría mayor, usted debe imaginarse que perdimos, pero no solo eso, sino que “estaban los tapones al pecho”, los robos de balones y hasta donqueos, solo volvimos a anotar un canasto más, esta vez era mío, pues no tenía miedo, pero el “tablazo” que recibí no fue pequeño y debo confesar que lancé con los ojos cerrados. La frustración e impotencia fue tal que el equipo se desbarató luego de ese encuentro.

¡Perdimos, pero fuimos aplaudidos por los mismos lugareños quienes nos recibieron con hostilidad momentos antes, pues se dieron cuenta de la trampa hecha por los dirigentes del equipo de Cristo Rey para poder ganar el partido, esta fue nuestra única recompensa.

Kempo Karate Do

Otra actividad deportiva que tomó mucho auge para esa época fue el Karate, el cine estaba plagado de películas chinas de ese tipo, estaba de moda Bruce Lee, sin embargo, hay una que recuerdo y por ella nos metimos en el Karate (Kempo en aquel entonces) íbamos al Centro Universitario en carro público y guagua acompañados de Oberto, Ulises, Juan (Pepe) y otros del barrio a tomar clases con el profesor Macario y luego con el profesor Ulises en el mismo ensanche Luperón cuando consiguió la franquicia.

La película que nos marcó fue 5 Dedos de Violencia, con Tian Xia Di Yi Quan, que muestra la trayectoria de un gran luchador de Kung-fu que abandona su antiguo dojo para seguir su destino y en el camino encara muchos sacrificios. Como todo lo que hacía lo tomaba con cierta obsesión, pero con mucho amor y dedicación, llegué a ganar una competencia nacional realizada en la 30 de marzo, a raíz de una visita de Miguel Bultrón, conocí a los sensei Felton Messina y Miguel Peña además. Con el primero terminé emparentado y con el segundo desarrollé una gran amistad hasta el día de hoy.

Continuará...